ESPÍRITUS QUE SALVAN VIDAS

Son innumerables los casos de personas que han estado a punto de morir en situaciones límite, pero que han conseguido superar el trance con la colaboración de «un ente fantasmal».

El fenómeno se ha observado en alpinistas, buceadores, exploradores, prisioneros de guerra, navegantes solitarios y aviadores, pero también en gente corriente en situaciones de estrés o duelo profundos. ¿Se trata de un mecanismo alucinatorio de defensa que nos impulsa a sobreponernos cuando acecha el peligro o realmente estamos ante «espectros» de otra dimensión?



La alemana Elsa Schmidt- Falk tuvo una experiencia aterradora cuando escalaba en los Alpes bávaros. Confundió el camino y se encontró en una situación muy peligrosa. Un año antes, una joven se había despeñado exactamente en el lugar donde se hallaba Elsa. Aquel punto concreto parecía un callejón sin salida. De repente, Elsa percibió una gran bola de luz que se fue transformando en una figura de elevada estatura con el aspecto de un chino.

No se sintió ni sorprendida ni asustada: le pareció bastante normal. La figura le hizo una reverencia, habló unas pocas palabras, la condujo a un sendero seguro y desapareció tras convertirse de nuevo en una bola de luz».

La circunstancia recogida en este relato no es ficticia ni infrecuente. Muchas personas tienen experiencias semejantes en situaciones de peligro extremo y, según el investigador Hilary Evans, todas ellas tienen «una finalidad». En el caso de Schmidt-Falk fue una respuesta directa a una necesidad: aquel «asiático» no andaba dando vueltas por la montaña por si acaso alguien se perdía y le necesitaba. Se apareció porque alguien le necesitaba y le salvó la vida. Pero ¿quién era?

Elsa pensó que se trataba de un bodhisattva, es decir, «una entidad no humana pero benévola para los humanos», en opinión de los teósofos. En el contexto ufológico, en cambio, se le habría considerado un «Hermano Cósmico» y, en uno religioso, un «Ángel Guardián». Más adelante analizaremos la posible procedencia de estas entidades, pero ahora nos centraremos en los relatos sobre ellas. Abundan en la literatura bíblica, médica y paranormal, pero si alguien se ha interesado modernamente en recopilar testimonios de este tipo,ese ha sido el explorador y escritor norteamericano John Geiger, actualmente director de la Real Sociedad Geográfica de Canadá. Las experiencias singulares que él mismo protagonizó despertaron su interés por explorar las de supervivientes que habían tenido la sensación de ser ayudados, reconfortados o dirigidos por un ser invisible cuando se encontraban en situaciones de gran amenaza para sus vidas.

EL EFECTO ÁNGEL
Geiger protagonizó una primera experiencia con siete años de edad: «Tuve un encuentro con una serpiente de cascabel en el sur de Alberta. Es una región muy árida, casi desértica, y mi padre iba delante de mí cuando la serpiente se me apareció en un empinado terraplén. Durante aquellos instantes aterradores, antes de ser rescatado por mi padre, tuve la sensación de que me desdoblaba y me veía a mí mismo desde un ángulo imposible y diferente. No sentí que aquello me estuviera sucediendo, sino que le ocurría a otro niño, aunque ese niño sólo podía ser yo.

Creo que se debió a un mecanismo de resistencia al enfrentarme a una tensión extrema. Pero, lo que me convenció de la realidad de aquella experiencia, fue que tuve de nuevo la misma sensación en la década de 1990, durante una expedición con Owen Beattie a Marble Island, una isla desolada en la Bahía de Huston. Habíamos ido a investigar la desaparición de la expedición inglesa de 1719, dirigida por el capitán James Knight, y llovió tanto que permanecimos atrapados en nuestras tiendas, empapados hasta el tuétano. Sufrí una hipotermia, no dejaba de temblar y entonces tuve de nuevo la sensación de verme desde un punto de vista ‘alternativo’».

ENTORNOS EXTREMOS
Y así fue como Geiger empezó a buscar casos de experiencias mentales infrecuentes compartidas por exploradores y otras personas en entornos extremos. El primero fue el caso de Sir Ernest Shackleton y sus compañeros durante una expedición antártica en 1916. Cuando se encontraban completamente extenuados en un islote en el Atlántico Sur, Shackleton experimentó la presencia de un ser, aunque invisible para sus dos compañeros: «Sé que durante esa larga y atroz marcha de 36 horas a lo largo de aquellos glaciares y montañas desconocidas, tuve la impresión de que no éramos tres, sino cuatro».

Historias de supervivencia tan increíbles, así como los relatos recurrentes sobre la intervención de fuerzas benévolas, fascinaban tanto a Geiger que quiso saber qué les ocurría de verdad a sus protagonistas y, tras recopilar numerosos casos de exploradores y aventureros, publicó El tercer hombre (Ariel, 2009), título que tomó prestado de T. S. Eliot (ver ¿Sabías que…?). Fue tanto el éxito de aquel libro, que Geiger empezó a recibir testimonios de gente corriente contándole que habían sido salvados de la muerte tras recibir la visita de una entidad benévola, a veces invisible, otras no, si bien la mayoría de los testigos identificaban la misma con «un ángel».

Aunque los neurólogos atribuyen estos casos al fenómeno que denominan «la presencia percibida» y lo consideran un producto del cerebro, Geiger lo llama «el efecto ángel» en base a la ingente cantidad de informes de primera mano que ha recibido de personas que han sentido una presencia «angélica», entidad que les ha ayudado a superar situaciones de crisis de todo tipo, desde asaltos sexuales hasta accidentes de coche, avión y enfermedades graves. Entonces se animó a escribir su segundo libro, titulado precisamente The Angel Effect (El Efecto Ángel). Junto con todas esas experiencias de gente corriente y diversos relatos históricos, en el libro recoge las teorías científicas más actuales que, en general, apuntan a la capacidad innata del cerebro para enfrentarse con éxito a cualquier situación, por dramática que sea. Pero veamos ahora algunos ejemplos de diferentes fuentes consultadas para este reportaje que nos darán una idea de lo extraordinario que es este fenómeno, le llamemos «síndrome del tercer hombre», «efecto ángel» o «presencia percibida».

SITUACIONES LÍMITE
Al tratarse del tipo de experiencia más frecuente (peligro extremo para la vida), empezaremos por el caso de Ron DiFrancesco, un trabajador del World Trade Center que se encontraba en la planta 84 de la torre sur cuando se estrelló el segundo avión el 11 de septiembre de 2001. Él fue la última persona en  abandonar el edificio antes de que se viniera abajo y, según su relato, se salvó por intervención divina al escuchar algo así como «¡Eh! Tú puedes hacerlo» cuando no sabía qué dirección tomar para escapar del fuego y el humo a su alrededor. Pero, además de una voz, DiFrancesco tuvo la percepción vívida de una presencia física que le agarraba de la mano y le sacaba de allí. A diferencia de la experiencia anterior, la del ciclista Kevin Davie no se produjo en circunstancias de peligro para su vida, sino por agotamiento físico y falta de sueño. Él mismo nos explica por qué llegó a «disfrutar» de esa experiencia: «En los últimos años me he empeñado en descubrir mis propios límites y he empezado a hacer viajes cada vez más largos y extenuantes recorriendo, por ejemplo, 300 km en 24 horas sin dormir y luego 600 km en 63 horas durmiendo sólo dos horas. Hice un recorrido de 1.000 km en cuatro días y medio durmiendo poquísimo y otro de 1.500 km en ocho días y medio durmiendo sólo cuatro o cinco horas». En más de una ocasión, la privación de sueño unida al esfuerzo físico extremo han llevado a Davie a tener extrañas alucinaciones durante algunos de los recorridos en bicicleta. Pero, como conocedor que es del síndrome del tercer hombre, explica que en ningún caso se hallaba en una situación de peligro para su vida, aunque sí muy estresado: «Lo más extraño de todo es la fuerte sensación que he tenido en algunos recorridos de que no estaba solo aunque circulara solo. Eso me desorienta mucho porque me hace pensar en un ‘nosotros’ más que en un ‘yo’, debido a lo reales que son las presencias que me acompañan. En una ocasión fue un hombre joven al que no conocía, pero que parecía una versión más joven de mi padre fallecido».

Otra experiencia similar, es decir, sin peligro para la vida, la narra el médico Vincent Lam. La tuvo durante una etapa de exámenes muy estresante: «Si no rendía al máximo, echaría por tierra mis posibilidades de ingresar en la Facultad de Medicina. A lo largo de esas semanas no hice sino estudiar, comer, dormir y examinarme. Una noche, completamente agotado, cuando estaba dándome una ducha, percibí una presencia. Supe al instante que se trataba del ‘tercer hombre’ y que quería ayudarme. Sentí que Dios me había enviado un ángel guardián para orientarme en un momento difícil. Me proporcionó indicaciones prácticas sobre cómo conducir mi vida diaria, cómo aprender y cómo controlar mis emociones. Me pidió que tuviera fe. Obtuve muy buenas calificaciones e ingresé en la Facultad de Medicina». La visita que tuvo Lam de aquel «ángel» se produjo durante un periodo de crisis personal, no más extremo que las penosas circunstancias físicas que describen muchas personas, pero eso viene a corroborar lo que defiende Geiger en su libro The Angel Effect: que la presencia percibida se aparece más a menudo de lo que admitimos, pero no sólo en situaciones extremas. Es suficiente con que se den ciertas circunstancias de estrés o privación sensorial, como explica la exploradora americana Ann Bancroft, la primera mujer en terminar con éxito una serie de arduas expediciones al Ártico y a la Antártida.

Bancroft ha percibido presencias en diferentes ocasiones durante sus peligrosas expediciones y está muy familiarizada con la experiencia: «Cuando estás en sitios nevados y solitarios durante mucho tiempo experimentas una gran pérdida sensorial y entonces se manifiesta el síndrome del tercer hombre. Algunas personas lo describen como espíritus o una presencia que se aparece cuando las cosas se ponen muy difíciles, física o emocionalmente».

La experiencia más intensa la tuvo Bancroft mientras atravesaba el continente desde la Tierra de la Reina Maud hasta la base americana de McMurdo en la Antártida. Según ha descrito, el terreno era muy problemático; ella y su compañera, la alpinista noruega Liv Arnesen, arrastraban trineos de 120 kilos (más del doble del peso de Bancroft), luchaban contra las olas de hielo y, para alcanzar la meseta polar, se vieron forzadas a ascender en cuña por empinadas pendientes. Nevaba copiosamente, el viento arreciaba, la temperatura era de –34º C y, por si fuera poco, ella se hizo un doloroso esguince: «Cierto día, cuando sólo faltaban cuatro horas de marcha, tuve la súbita sensación de hallarme en compañía de otra persona. La sentí detrás del hombro derecho y, de repente, me inundó una sensación de bienestar, calidez y fuerza. Me sobresaltó, pero me acogí al sentimiento y a la sensación de la presencia. Me proporcionó fuerzas y también un gran consuelo».

ÁNGELES Y ESPECTROS
A diferencia de los entes maléficos que se aparecen en la parálisis del sueño o en enfermedades neurológicas graves como el Parkinson –episodios que la ciencia vincula con las altas dosis de fármacos que toman los pacientes–, que suelen producir una sensación paralizante de terror, los percibidos en las situaciones que describimos son siempre «benéficos» y, con frecuencia, «angelicales».

Estadísticamente, las visiones de ángeles parecen ser más frecuentes entre los adheridos a la fe cristiana o con creencias espirituales, pero también abundan entre personas agnósticas o ateas.

En todo caso, para Geiger estos episodios son «una prueba de la existencia de los ángeles o de una experiencia cerebral que encaja perfectamente con lo que hemos pensado siempre sobre un encuentro con el mundo angélico». Las teorías que explican el fenómeno son muchas, desde reacciones bioquímicas hasta fallos de «encendido» en la actividad cerebral. Los psicólogos suelen considerar este tipo de experiencias meras alucinaciones, pero incluso aunque así fuera, ¿cómo explicar que una mera alucinación pueda salvarnos la vida en una situación de peligro extremo? En el caso de Elsa Schmidt-Falk, que expusimos al principio, Evans se plantea lo siguiente: «Si respondemos que la entidad fue una creación alucinógena que la mente subconsciente de la protagonista fabricó como resultado del miedo experimentado, eso deja sin responder la pregunta: ‘¿Cómo supo su mente subconsciente la senda correcta para salir de la montaña?’». La respuesta más plausible es que conocía bien el camino, el miedo que sintió le hizo olvidarlo, pero su mente subconsciente le ofreció una salida creando una ilusión –por complicada que fuera– para anular su pánico.

Hace unas décadas, la posibilidad de una recreación mental «salvífica» de esas características habría sido rechazada por los neurólogos, que no aceptaban que la mente pudiera ir más allá de ciertos límites. Pero, en la actualidad, muchos ya hablan de procesos mentales alternativos, en especial en situaciones como las que comentamos: «El cerebro se encuentra en una situación proclive a inducir estados alternados de conciencia; si a esto se añade la fatiga física debida a la actividad motora continua, el potencial para que se produzcan errores motores multisensoriales se incrementa», explica el neurólogo Olaf Blanke. Intrigado por estas experiencias y en relación con el fenómeno que discutimos, en 2006 Blanke investigó con su equipo del Instituto Federal de Tecnología de Lausana a una paciente epiléptica mediante estimulación eléctrica en la zona temporoparietal izquierda.
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